Esta mañana mis editores me daban una sorpresa. Te parecerá raro se ponía en marcha. Ya está. No hay manera de esconderse, de rectificar, de echarte atrás. Es el momento del pánico, del miedo. De la inseguridad. También de la alegría, grande, de ver que una novela, tu historia, la que creaste desde la soledad de un escritorio, deja de ser solo tuya. Los personajes se convierten en seres reales, de carne y hueso. Personitas que un día estaban en mi imaginación y que echaron a volar. Intento darles alas, siempre. Que sean ellos quienes me digan qué quieren contar. A mí, sin ellos, se me queda a medias la historia. Los necesito. Esta vez, mientras el mundo se paraba, mientras nos escondíamos en casa, Claudia y Dani se presentaron. Que si quería contar una historia de amor. Les dije que sí, claro. A ver quién se niega a que la vida sonría a dos jóvenes, cuando fuera, en ese mundo real, parece que todo se desmorona. Entre los tres montamos esta novela y sus paisajes. ¿Una playa os va bien para vuestra historia? Es que estaba en mi cabeza antes que vosotros. No podrías haber elegido mejor escenario, me dicen. Y allí que nos fuimos, los tres, el verano ya acechando, el agua en calma, el día tranquilo. Los dejé solos, a ver qué hacían. Si eran valientes o se morían del miedo.
Y después, una noche, volvieron a mis sueños. Que si creía que ya estaba escrita la novela. Les dije que sí. Una bonita historia de amor para tiempos convulsos. ¿No os parece suficiente? Me dijeron que no. Que ellos habían venido acompañados. No me dejaron dormir. Apareció entonces Mario, y después Daniel. También Verónica y Paloma. Y Félix, y Laura. Y Agustín, y Ernesto.
Y me contaron. Una vida. Las cosas que les pasaban, también las que les hicieron ser así. Las risas. La pena. Las ausencias.
Lloré y reí con ellos. Casi más lo primero, para qué os voy a engañar. Pasamos meses juntos. Construyéndonos. Y un día me dijeron que se iban, que se tenían que ir, que se terminaba la historia. Me quedé sola, un poco más huérfana. A veces echo de menos que vengan a despertarme. Que me cuenten cómo les va. Qué ha sido de ellos. Pero se han marchado. Ya no me despiertan. Ni me despierto.
Sé que ahora esperan, tanto como yo, poder compartir su historia…
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