Dicen que soy pirata filósofa, y un poco romántica, hasta arquitecta filósofa se ha especulado que soy. Pienso en la imagen, esa que ofrecemos, la que proyectamos, sea real o no. Mi amiga Marina Lomar me diría que estoy haciendo un trampantojo de los buenos. Tampoco es que importe demasiado, a veces la ilusión es mucho mejor que la realidad. Lo cierto es que todo este embrollo viene a raíz de una publicación que se hizo en Instagram. Me agradó saber que las personas que me leen piensan que mis escritos ofrecen filosofía, ahí nadie se equivocó. En una entrevista en el Club Literario Atreyu así lo dije: “Me gusta tanto la filosofía que por eso escribo”. Supongo que reflexionar sobre las cosas que pasan (o nos pasan) es una de mis grandes pasiones; empatizar con lo que tengo enfrente, ponerme en su piel, me lleva a pasar mucho tiempo meditando. Filosofando la vida.
Lo divertido de este asunto es que la manera en que construyo mis historias dista bastante de lo que piensan esas personitas que me leen (y a las que agradezco infinito que lo hagan). Parece que doy la imagen de ser una buena pirata (de esas que saben el rumbo básico de la trama, pero se deja llevar por el viento) o incluso una gran arquitecta (tengo toda la trama planeada de principio a fin y sigo el plan fielmente). Tal vez porque es lo que digo en los talleres, que hay que tenerlo todo bien armado. También les digo que lo importante es conocer las reglas para saltárselas, pero creo que en esta segunda premisa ya nadie me escucha. La realidad es que soy una exploradora nata (lo dije en otra entrevista). Me encanta pasear, observar el paisaje, buscar otros caminos, alejarme, perderme. Siempre encuentro el final del camino, aunque me haya entretenido más de la cuenta.
Soy una exploradora en el más amplio sentido de la palabra (la del que explora y la escultista; ambas se adaptan a mi escritura). Cuando me siento a escribir sé muy poco de lo que va a ocurrir, casi nada, diría yo. Un conflicto principal, algún personaje, y el espacio (quizá esto sea lo que conozco; porque, ya sabéis, primero surgen los espacios). Por eso cuando digo que los personajes son quienes mandan en mi historia y que soy una mera transmisora, no os miento en absoluto. Es así. Las libretas en las que escribo son un verdadero collage de momentos que ellos viven y que yo copio para que no se olviden. Ese es mi cometido.
La mayoría de veces comienzo a narrar pensando en ese conflicto principal sobre el que va a girar la historia; pero después, adquiere otros matices en los que nunca pensé. Mi escritura es un caos controlado (o incontrolado) en el que, sobre todo, me divierto. Disfruto del paseo explorando el mundo. Admiro a aquellas personas que tienen una ruta establecida y no se salen del camino. Para mí es impensable. Sé que debería cumplir a rajatabla, marcar la trama y subtramas, hacer un buen diseño de personajes, saber qué ocurrirá en cada capítulo, escenas de acción y reacción que marquen el ritmo, dónde estará el clímax y quién es el héroe y quién el villano. Ya veis que sí me aprendí la teoría.
Sin embargo, no siento la escritura de esta manera. No me imagino sentándome delante del ordenador y saber qué es lo que ocurrirá, porque la vida es impredecible y también mi escritura. Salirme del camino me permite conocer a otras personas que aportarán mucho a la historia. Viviré con ellos otras experiencias en lugares que no estaban pensados, y sufriremos y reiremos a partes iguales con lo que la vida nos traiga. Desayunaremos juntos, pasearemos y nos desvelaremos en esa búsqueda de sentido que tiene la escritura. Pero mis personajes y yo somos impredecibles, nos dejamos llevar, abrazar por esta existencia tan efímera que nos reporta mucho amor.
Ellos, y una servidora, os damos las gracias por estar ahí, por leernos, por confiar en esa vida de exploradores que nos hemos inventado.
Puedes leer las entrevistas en los siguientes enlaces:
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