Penúltima entrada para afrontar el reto de las 50.000 palabras. Hoy os voy a hablar de una parte de la creación que es de las más difíciles, pero también la que más hermosa me parece y con la que más disfruto, los personajes.
Cada uno tiene su mundo y su forma de entenderlo. Intentar que nuestros protagonistas hagan lo que nosotros queremos es un error. Si los forzamos a hacer algo que no quieren, les robamos la esencia, su vida, su forma de estar y de enfrentarse a los conflictos que se les presentan. No hay nada más hermoso que estar escribiendo y que aparezca un personaje y te sorprenda con su reacción, os lo aseguro (y seguro que ya habéis tenido esa sensación alguna vez). Te preguntarás qué está haciendo, yo al menos me lo pregunto, pero debes dejarlo crecer y que tenga entidad. Es la única forma de que sea creíble, que empaticemos con su historia; en definitiva, que cobren vida. A veces te dolerán las decisiones que tomen, pero has de dejarlos ser libres.
Es verdad que, en última instancia, los personajes son creados por nosotros, que los dotamos de identidad, de vida propia. Es en ese momento cuando les hacemos creer que pueden actuar, tomar decisiones, vencernos. Y es en ese instante cuando, de alguna manera, se "amotinan" y son ellos los que toman las riendas de la narración. Hay quien dice que no es muy acertado darles tanto poder, que al final debe ser el escritor quien marque el ritmo de sus protagonistas. A mí me da la sensación de que al dotarlos de vida propia, les proporcionamos una consistencia que les permite escribir su propia historia. Me gusta más pensar que los acompaño en su aventura, los oigo hablar y creo que estoy con ellos en esa historia que les tocó vivir.
Creo sinceramente que es así, porque los personajes, un día, decidieron que eran reales y es ahí donde ellos vienen a mí, y no al revés.
Durante semanas (quizá meses) soy yo quien los pienso, los obligo a desayunar, comer y cenar conmigo (al menos eso intento y eso os recomiendo para afrontar este reto).
Hasta que un buen día, cuando decido que ya está, que los tengo a mi merced, que puedo hacer con ellos lo que quiera, entonces, cuando estoy confiada, se rebelan, se imponen. Y dejo de luchar al tomar conciencia de que serán ellos quienes determinen su personalidad, qué es lo que quieren hacer y cómo, de quién se van a enamorar y a quién van a odiar; cómo van a caer y a levantarse.
Y en el fondo sé que no hay nada tan valioso como cuando me despiertan a media noche y me dicen: "tenemos algo que contarte". Entonces me levanto y cumplo mi misión: escribir su historia.
Si quieres afrontar este reto sabiendo quiénes son tus personajes, te recomiendo unas cuantas horas hablando con ellos. Que te vayan contando cosas; igual no te sirven para tu trama, pero te aseguro que es la única manera de conocerlos, y lo más importante, de entenderlos. Siéntate y espera a que te hablen. Igual los primeros días no dicen mucho, pero dales tiempo y verás lo que son capaces de hablar. Te van a faltar horas en el día.
Por supuesto, siempre recomiendo en este momento (aunque no todos los escritores secundan esta idea) hacer una ficha de personajes que incluya los datos más importantes, su forma de ser, con quién interactúa, quiénes son sus amigos (y quiénes sus "enemigos"), qué aficiones tiene, qué le va a pasar en tu novela... Y yo, aunque os parezca una locura, hasta me apunto en qué capítulos salen. Este aspecto no es tan importante, pero si vais a escribir una novela coral sí que os lo recomiendo, porque es una manera de equiparar su protagonismo.
Y a partir de ahí... ¡DISFRUTA DE TUS PERSONAJES!!! 😉
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