Cuando me preguntan cómo llevo la próxima novela, siempre respondo con un todavía queda mucho. Les digo que debo llevar (ni lo aseguro) unos seis capítulos. ¿Aún? Bueno, voy un poco lenta. No es del todo cierta esta frase, pero a ver cómo le explicas a alguien que necesitas un proceso intenso de reflexión, que te gusta pasar los días con tus personajes, que alguna escena escribes, pero que el resto del tiempo son conversaciones que tenéis, y que la mayoría de ellas no llegan ni al papel. O sea, nada, intrascendencias de lo cotidiano que nos vamos contando. Así es como nos conocemos, dejando que el tiempo corra, que las prisas no nos caigan encima; siendo cautelosos con la información que nos transmitimos. Que me transmiten; mejor será hablar con propiedad. Aparecen y desaparecen a su antojo mientras veo una película, cuando decido irme a dormir, al coger un libro… Supongo que así es la escritura. Ese momento en el que ya sabes que estás dentro de la ficción y te dejas arrastrar. Ahora vives en dos mundos, el tuyo, y el de tus protagonistas.
Me gusta pensar la historia, vivirla, llorarla y pasearla. Lo creo necesario para entender esas vidas, para ver a través de sus ojos, conocer sus actos y sus porqués. No suelo sentarme a escribir sin haber tenido unas cuantas conversaciones. Después, poco a poco, los dejo que salgan, casi siempre en pequeños diálogos que han tenido. Y los observo despacio, los escucho para ver cómo hablan y los miro para ver cómo se mueven.
Es mi primer contacto con esas personas que van a escribir su historia. Irán creciendo y pasaremos más tiempo a solas. Se desgarrarán y lloraremos. Se reirán delante de un café y yo con ellos. Dejaremos que los días y las horas sean nuestros, y viviremos en ese mundo que, un día, sin saber por qué, creamos juntos.
Y tú, ¿piensas la escritura?
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