La caravana de les flors hace casi un mes que se estrenó. Es extraño que sea ahora cuando me decida a hablar de ella. Pero es que durante este tiempo, el texto, las historias, las vidas que hay detrás han resonado en mi memoria. He dialogado conmigo y con otras personas sobre ese proceso de creación, sobre lo que ocurrió aquella noche, sobre las personas que habitaron un escenario.
Un escenario situado en un lugar al que hacía un tiempo que no acudía, San Miguel de los Reyes; una antigua cárcel, una prisión donde sufrieron, lloraron, se rieron, y hasta murieron muchos. Me dolía que fuera en ese espacio en el que unas mujeres, unas personas, tuvieran que contar su historia. Un lugar de represión reconvertido ahora en espacio de libertad. Esa imagen sí me gustaba.
La caravana camina por barrios y ciudades llevando su historia, narrando vidas, haciendo teatro. Raisha Cosima, Liz Dust, Candela Mora, Víctor Mula, Saphira Cosima, Elsa Moreno, Mire Muñoz y Javi Nadal lo hacen con sinceridad. Se desgarran al representar (o no) ese papel que les tocó jugar. Les gustan las flores, por eso decoran, cual escenario, la caravana donde representarán su historia. Un juego metateatral en el que la ficción de una representación se convierte en representación en sí misma. También la interacción con personajes que están fuera, pero que nos cuentan una historia que vivieron en primera persona. No importa demasiado si es realidad o ficción, porque el juego del teatro parte de esa premisa: creer lo que uno ve.
Sin embargo, lo que duele de esta ficción es que sabes que es real. Que esas personas que cuentan tienen carne y alma. Que dicen la verdad. Que interpretan un diálogo que alguien les escribió, pero que es suyo propio. Y duele. Duele mucho cuando una persona (un personaje, una actriz) dice: si vuelven, prefiero morirme. Se te parte el alma cuando una joven llora, cuando suena una canción y bailan y son felices, porque también sabes que mucho antes alguien les negó el derecho a hacerlo. Porque te rompes en dos cuando escuchas que unos padres no supieron, no aprendieron a amar. Porque te duele cuando dicen que construyeron una casa para las que no consiguieron hogar donde ser ellas. Porque te rompes, y lloras, cuando la artista toca una balada.
La ficción, esa que ves, es real.
Compartí lágrimas en ese hermoso lugar donde coincidí con amigas y compañeros de teatro. Donde también nos reímos, bailamos y gritamos con nuestra voz. Porque era lo único que podíamos hacer. Crear, por un día, un lugar seguro en el que ellas fueran ellas, donde no tuvieran que justificarse, donde no tuvieran que ser nada más que sinceridad. Sin miedos. Sin prejuicios. Sin temor a que alguien les golpeara o les dijera no eres bienvenida.
No eran actrices profesionales, algunas no, pero aquella noche vi a artistas contando una historia, removiendo almas, haciendo reír y llorar. Cuestionando los cánones del sistema, y eso también es teatro.
Fue una noche de tacones, uno de los objetos escénicos (utilizado como vestuario) que más me impactó. Unos tacones que mostraban su esencia, lo que son y lo que habita en su interior, más allá de lo que el cuerpo les diga que fueron.
Nadie está obligado a querer, nadie nace sabiendo querer. Tampoco sabiendo odiar y aprendieron, algunos, muy rápido. Por eso este montaje teatral es necesario, porque habla de amor, de quererse, de dejar el odio, de ver más allá de la imagen, de explorar el fondo, de ablandar el alma. De sentir que un día, aunque solo sea uno, tú puedes ser la protagonista, tú puedes ser la admirada, la que baila con tacones altos, la que sonríe, la que huye porque todavía es joven y tiene vergüenza, la artista que toca quién sabe cuántos instrumentos musicales y hace arte, la que llora, la que se sincera, la que dice, yo soy.
De esta historia va La caravana de les flors. De esta y de tantas otras que se sitúan al margen. En las esquinas. En los arrabales de la ciudad, porque no se les permitió habitar el centro… que es lo normal. Por suerte, vosotras, yo, muchas, hemos abandonado el centro y nos hemos ido a los márgenes, a la periferia, a las caravanas, porque nos cansamos hace demasiado de habitar un lugar que no es nuestro. Porque como dice Liz Dust: “prefiero morir sola que ser normal”.
Gracias por ponerle voz a Federico García Lorca, por recordar a Margarida, la primera trans (y aquella noche también estaba allí Rubén, casualidades hermosas), por traernos a la memoria esa Barraca que anda por caminos.
Gracias por una noche de teatro. Gracias por este montaje, por el texto tan bien construido, tan sincero, creado desde la experiencia de dos profesionales como Guada Sáez y Jerónimo Cornelles.
Espero que volváis a llenar vuestra caravana de flores como el clavel, la flor de loto, la margarita, el geranio, la rosa, la cattleya, el girasol o el diente de león.
Gracias, querides, por hacernos sentir en los márgenes… aunque se haga difícil la mayor parte del tiempo.
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