Hoy, rebuscando entre imágenes, he encontrado una de 2019 en la que llegaba a casa bien cargada de libros. Eran los primeros que utilizaba para documentarme. Escribir una novela ambientada entre 1936 y 1940 ha sido maravilloso. También difícil. He disfrutado revisando la prensa, mirando artículos, comprando novelas y leyendo ensayos. Un proceso hermoso del que me llevo algo menos de ignorancia y muchas lágrimas.
Tres años y medio para construir una novela de 133.428 palabras, con más de treinta personajes y una ambientación diferente según el momento en que se desarrollaba la acción. Una novela que nació de una frase tomada al vuelo en una comida familiar. Hice como si no la hubiera escuchado, pero en mi imaginación, ya estaba inventando una trama.
Lo que quería contar, ya lo sabéis, una historia familiar, unos cuantos personajes y una vida truncada por una tragedia. Cinco protagonistas. Sólo ellos y sus vidas. Pero lo bonito de la escritura es que tú haces planes y después, unos se cumplen y otros no. Los cinco personajes están, y con ellos, muchos más que los rodean, que cobraron protagonismo y con los que no esperaba compartir meses de conversación.
Ha sido un tiempo regalado, especial y duro. He sufrido. Pero también, por supuesto, he aprendido muchísimo de sus vidas, de sus grises, de la historia. Y, claro está, de la escritura. No sé cómo darles las gracias a estos personajes (personas) que un día se metieron en mi vida.
Al menos dejadme que os dé las gracias a vosotras, esas personas que durante este tiempo habéis seguido su avance; a aquellas que me habéis preguntado, animado y empujado a seguir, porque ha sido importante saberos al otro lado confiando en que pudiera componer una historia como esta.
No me olvido, no. La he titulado, Negra y oscura. Una frase que me regaló una de sus protagonistas. Para que veáis que cuando os comento que en la escritura yo hago bien poco, lo digo de verdad, con el corazón.
Gracias, siempre.
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