Llevaba mucho tiempo queriendo recuperar las novelas de la prestigiosa Agatha Christie, deseando meterme en la piel de una investigadora como ella, descubrir cómo se gesta una trama enrevesada, cómo se descubre el cómo y el quién. Me adentro en una de sus novelas, la primera que tomo de la estantería (casi no recuerdo los argumentos después de tanto tiempo). Al azar le dejo que decida por mí.
El tren de las 4:50.
Comienza la lectura.
La señora McGillicuddy ve cómo estrangulan a una mujer rubia en un tren con el que se cruza. El conflicto estalla. ¿Quién va a creer a una anciana? ¿Dónde buscar un cadáver que no existe? Pero hay alguien que no cuestiona su versión, que sabe que una persona como McGillicuddy no se inventaría semejante historia: La señora Marple. Sin embargo, también ella es una anciana a la que los retos ya le son duros; su inteligencia sigue intacta; sus años, pero, le pesan. Por eso recurre a la joven Lucy, que se infiltra en una casa regentada por un anciano avaro, para descubrir dónde y quién ha asesinado a esa joven del tren de la que no sabemos su identidad. ¿Alguien que estaba en el sitio equivocado a la hora equivocada? ¿Quizá una mujer relacionada con la familia?
Ardua tarea para Lucy, pues a lo largo de la novela veremos a los diferentes personajes involucrados en la investigación (los hermanos Crackenthorpe, entre ellos), o nos encontraremos con pistas que nos conducirán a falsos móviles para un asesinato,que solo podía resolver una persona avispada como la señora Marple.
El tren de las 4:50 es, como toda la saga de Agatha Christie, una novela de misterio, con giros inesperados (de hecho, detalles que el lector puede pasar por alto son imprescindibles para la resolución del conflicto) y personajes bien definidos. Pese a todo, esta vez la lectura me resultó lenta y me costó llegar a ese punto en el que, por fin, la lectura se hace más interesante.
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