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El eco de una novela

  • Foto del escritor: Roseta
    Roseta
  • hace 6 días
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 días

Llevo dos años sin publicar una novela. Y no ha sido por falta de ideas ni por abandono ni por desamor hacia la escritura.

Ha sido, sencillamente, porque lo necesitaba.

Vivimos en un mundo que empuja constantemente hacia adelante y el mercado editorial no es ajeno a esta dinámica: cuanto más produces, más presente estás; cuanto más presente estás, más posibilidades tienes de seguir en el juego.

No ofrecer una novela podría parecer un error, una pausa demasiado peligrosa o incluso una señal de debilidad creativa.

Pero no lo siento así. Al contrario, ha sido un acto de honestidad. Y de amor.

La historia de mi última novela me atrapó. Negra y oscura ha estado conmigo desde que surgió al vuelo en un día cualquiera. Una frase en medio de una conversación trivial.

Y lo ha estado no solo mientras la tejía palabra a palabra, sino también después. Porque hay novelas que no se terminan cuando cierras el documento o ves tu nombre impreso en una portada. Yo necesitaba quedarme un poco más con ella. Habitarla después de escrita.

Algunas historias piden eso.

Negra y oscura me dijo que parara, que me quedara un tiempo a su lado. Que no corriera hacia la siguiente idea como si ella ya estuviera “terminada”.

Y eso hice.

Caminamos juntas por ferias, presentaciones y diálogos sobre sus protagonistas y la vida que les tocó. Nos enfrentamos al mundo y pusimos palabras en voz alta, letras que se quedaron atrapadas en un tiempo.

Y en ese proceso descubrí algo: que existe una forma de creación en lo que ocurre después.

Ese viaje compartido entre una autora y su obra también transforma. También enseña.

Quizás más que correr hacia la siguiente sin rumbo.

Durante estos dos años he escrito otras cosas, claro. Pero no había comenzado una nueva novela hasta hace poco y reconozco que, durante un tiempo, eso me hizo sentir culpable.

Como si me estuviera saliendo de la carrera.

Como si estuviera “desaprovechando” las horas (y hasta los pequeños triunfos).

Como si el hecho de no estar escribiendo la siguiente gran historia supusiera un retroceso.

Pero he aprendido algo que quiero compartir:

Parar también es crear.

No hay un retroceso.

Hay un descanso consciente. Una decisión intuitiva: escucharme.

Y me alegro de haberlo hecho. Porque he podido saborear el eco de la historia que conté, he podido escuchar lo que provocó, cómo se vivió, qué huella dejó.

He aprendido a mirar el proceso desde otro lugar, uno más maduro, más pausado, menos ansioso.

He habitado el eco en vez de correr hacia la próxima meta.

Y en ese tiempo, en esa espera que parecía improductiva, ha germinado una nueva semilla.

Hoy no siento culpa.

Siento gratitud por haberme detenido.

En ese silencio he atendido a lo esencial y siento que algo en mí ha cambiado. Que la pausa me ha dado profundidad. Que he dejado de escribir desde la urgencia y he empezado a escribir desde el deseo.

A veces hace falta detenerse para ver el paisaje.

Para disfrutar sus tiempos. Y los nuestros.

Para descubrir que hay mucha belleza en el silencio, palabras en la espera.

Lo resumo así, como un pequeño poema que me recuerda que en la pausa hay vida:

Detenerme

Disfrutar

El paisaje

Sus tiempos

Y los míos

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