Leí El Aleph allá en la Universidad. Me pareció una obra sublime, compleja, de lectura lenta y pensamiento despierto. Lectora consciente, porque sin esa premisa resulta casi imposible entender a Borges. De todos los cuentos mi preferido fue el que da título a la obra. Se nos muestra aquí una realidad fantástica (o una irrealidad) sobre la que se articulan metáforas y símbolos en torno a la literatura y a la creación literaria. Una vieja casa para encontrarse con la ficción creada por el genio. El infinito
Ahora, décadas después de esa primera lectura, he podido adentrarme de nuevo en el mundo borgiano, en esta obra maestra en la que nada es lo que parece. Si analizas el porqué de algunas frases puedes observar esa fantasía realista en la que, sin darte cuenta, Borges te atrapa. El Muerto, otro de los cuentos que se recoge en El Aleph, es claro ejemplo. Todo parece sencillo, comprensible, realista… pero si te detienes la lectura, la perspectiva de lo que se está narrando cambia.
La espera, la muerte, la inmortalidad, el infinito… todos ellos aspectos filosóficos abordados desde una perspectiva literaria, con un lenguaje sublime, que marca el ritmo, la cadencia. Cuentos, pues, los de Borges, de difícil comprensión si no participas de su escritura. Ahora mismo, hoy, en esta noche de domingo, me gustaría sentarme con el gran Borges y preguntarle significados; preguntarle por su escritura. O, tal vez, si se me diera la oportunidad no preguntaría nada y me limitaría a escuchar al genio… Aunque él me dijera que eso es una calumnia.
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